Cómo hablar sobre el trauma
Todos los seres humanos estamos expuestos a sufrir algún suceso traumático a lo largo de nuestra vida. Seis de cada diez hombres y cinco de cada diez mujeres lo sufrirán¹. Estas experiencias pueden ser un fuerte terremoto en nuestra estabilidad emocional. La intensidad del terremoto dependerá en gran medida de si el hecho fue repentino, prolongado, repetitivo o intencional, y de las características de la persona.
Pese a que estas experiencias dejan una herida, la mayor parte de los traumas se resuelven de manera natural entre el primer y cuarto mes. Se ha demostrado en diversos estudios experimentales los efectos beneficiosos para la salud de compartir las experiencias traumáticas; pese a ello no siempre es necesario ni beneficioso hablar sobre el trauma, e incluso puede llegar a ser contraproducente.
Aprender a reconocer el trauma
Ante un evento como puede ser un accidente, un abuso sexual, una catástrofe natural o un fallecimiento repentino, no todas las personas desarrollan un trauma. El trauma se produce cuando los recursos que posee la persona tanto internos como externos no son suficientes para afrontar un evento o situación potencialmente peligrosa y estresante, amenazando así el bienestar de la persona. Es habitual en estos casos tener un fuerte sentimiento de falta de control, como si de repente estuvieras en un tren sin frenos a punto de descarrilar.
En ocasiones, nuestra mente bloquea el evento traumático como forma de protección ante situaciones donde cree que no podríamos soportar el dolor. Pese a este mecanismo de defensa, las consecuencias del evento vivido se pueden reflejar en distintas áreas. Por ejemplo: una persona que sufrió un abuso sexual y apenas recuerda lo ocurrido puede, tras ese acontecimiento, evitar salir sola o de noche; lo cual condiciona ciertos aspectos de su vida.
El trauma es una herida abierta, que necesita de cuidados y atención para que no se termine infectando. Puede transformar la visión que se tenía acerca del mundo, de uno mismo y de los demás.
Para empezar a curar esta herida es fundamental conocer alguno de los síntomas que pueden aparecer. Los síntomas pueden aparecer justo después del suceso, horas, días o meses después. Los más habituales son :
- Hipervigilancia. Estar constantemente en este estado convierte todo en una amenaza. Nuestro cuerpo se prepara para la peor de las opciones. Esto produce un alto grado de estrés.
- Problemas de sueño. Cuando cae la noche y llega el momento de dejar a un lado las responsabilidades diarias pueden aparecer recuerdos o pesadillas sobre el suceso que dificultan conciliar o mantener el sueño. Esto genera un fuerte sentimiento de miedo en las personas que lo sufren.
- Evitación de situaciones o personas que por alguna razón recuerden a la persona lo sucedido. Por ejemplo evitar el metro si sufrió una agresión en él.
- Cambios en el estado de ánimo que se pueden manifestar con pensamientos negativos, dificultad para concentrarse, imposibilidad de disfrutar de las cosas que antes le gustaban o experimentar una mayor irritabilidad, entre otros.
¿Siempre es beneficioso compartirlo?
Como contamos al principio, compartir la experiencia traumática puede ayudar a cerrar la herida si se hace en el momento y de forma adecuada. Pero, en ocasiones, negar los hechos forma parte del proceso de asimilar lo ocurrido. También se corre el riesgo, si no se hace bien, de revictimizar, es decir, volver a poner a la persona en la situación de víctima y dar pasos hacia atrás en el proceso de sanación.
Por otro lado, en muchas culturas compartir ciertas emociones puede estar considerado de manera negativa y por tanto ser desaconsejable. Imaginad a una mujer que sufre un abuso sexual en una sociedad donde se valora de manera positiva a los hombres que son violentos; posiblemente se encontrará respuestas poco empáticas que le provocarán más daño.
En el otro lado de la moneda, la comunicación de la experiencia traumática puede servir de catarsis, de liberación de los recuerdos que han estado alterando el equilibrio emocional. Por ejemplo, en estas situaciones donde la ira puede adquirir un papel muy importante, compartirlo ayuda a canalizarla de una manera más saludable.
Puede ayudar a dar sentido a lo ocurrido permitiendo su integración en la historia de vida de la persona; a obtener la validación por parte de las personas con las que comparte su experiencia; y a dar espacio a que otros también puedan así compartir su vivencia creando un sentimiento de no estar sola o solo.
Aunque no existe una receta milagrosa que sirva para todo el mundo, compartir ayuda a transitar el trauma de una forma más saludable. No es lo mismo atravesar un desierto solo y sin agua que acompañado.
¿Estoy preparado para compartirlo?
Antes de compartirlo, habría que reflexionar sobre tres puntos:
- El paso previo para poder comunicar lo ocurrido es que la persona tenga la necesidad de hacerlo y no se vea obligada por otras circunstancias ajenas a su propia voluntad. Por desgracia, en muchas ocasiones esto no se puede cumplir. Por ejemplo, si es necesario poner una denuncia por un hecho delictivo, tendrá que compartirlo sin posiblemente estar listo para hacerlo.
- Sería importante desplegar herramientas de gestión emocional que proporcionen cierta seguridad para verbalizar lo ocurrido, o bien aprenderlas si no se dispone de ellas. Así podrá minimizarse las posibilidades de un desborde emocional. En estas situaciones el sentimiento de vulnerabilidad puede ser arrollador y dificultar la comunicación con los otros por miedo a su reacción.
- Ser consciente de las expectativas que tenemos sobre el hecho de contarlo. Si tengo unas altas expectativas puestas en que el dolor se irá, o que mis amigos se comportarán de determinada manera, es posible que necesitemos ajustar antes esas expectativas para que no se terminen volviendo en nuestra contra.
Cómo comunicarlo de una manera saludable
Compartir la información nos permite soltar parte del estrés y la carga acumulada, pero es fundamental saber cómo podemos expresarlo de manera que maximicemos el beneficio a nivel emocional y minimicemos el daño.
1. Conoce lo que estás sintiendo.
Esto es, reflexiona sobre las emociones que están presentes para diferenciarlas y sé consciente de los pensamientos que las acompañan. Por ejemplo, puedes dedicar unos minutos al día a escribir un diario donde anotar la emoción que ha predominado y por qué. También puedes guardar diferentes momentos a lo largo del día para apuntar tus pensamientos como si fueras una simple espectadora o espectador de ellos.
2. Escribe lo que quieres contar.
Antes de compartirlo con otras personas, compártelo contigo. Tú tienes el papel principal y te mereces contarte tu historia. Además, esto ayudará a que ordenes tus pensamientos y puedas expresarlos de la forma que deseas.
3. Elige el momento.
Uno de los errores más habituales que cometemos en la comunicación es no elegir cuando vamos a comunicar lo ocurrido. Por ejemplo, tu amiga acaba de decirte que ha tenido un mal día y decides que pese a esa circunstancia vas a compartirlo.
4. Busca a las personas adecuadas.
Reflexiona sobre qué personas de tu entorno son las más adecuadas. Si es la adecuada validará tus emociones, empatizará con lo que estás pasando, dará coherencia a tu historia y evitará los juicios de valor.
5. Hazlo con asertividad.
Si siento ira y la expreso mediante un comportamiento verbal y corporal agresivo, la emoción solo aumentará de intensidad. La asertividad consiste en respetarnos a nosotros mismos y a los demás, y la mejor forma de hacerlo es exponiendo nuestra situación desde un lugar de cierta calma. Si vemos que la emoción nos está desbordando, podemos alejarnos unos segundos, respirar, ponernos una canción que nos conecte con sensaciones positivas y, a continuación, retomar la comunicación.
6. Pide lo que necesitas.
En ocasiones pensamos que con solo contar nuestra historia los demás nos darán lo que necesitamos; pero no es así, no somos adivinos. No comunicar de manera clara lo que se necesita puede generar emociones negativas que no ayuden a la hora de afrontar la situación.
Varios estudios hablan de que el 100% de las personas encuestadas que habían sufrido un evento traumático manifestaban algún efecto negativo en sus vidas; pero por otro lado, el 60% también reconocía efectos positivos. Comunicar lo sucedido puede ayudar a que la persona, dentro del dolor por lo acontecido, pueda mirar la situación desde un lugar diferente, con unas gafas distintas que le permitan también descubrir nuevos lugares.
El calor de un abrazo, de una mirada cómplice, de una conversación en la cual sentirnos escuchados, respetados y protegidos, puede ser la mejor de las medicinas. Sin olvidarnos de que solamente la propia persona es dueña de su historia y de que cada historia tiene sus tiempos y formas. Si los síntomas se mantienen y afectan a una o varias áreas de nuestra vida es fundamental buscar ayuda profesional.
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¹Rothbaum, B. O., Kearns, M. C., Price, M., Malcoun, E., Davis, M., Ressler, K. J., Lang, D., & Houry, D. (2012). Early intervention may prevent the development of posttraumatic stress disorder: a randomized pilot civilian study with modified prolonged exposure. Biological psychiatry, 72(11), 957–963. https://doi.org/10.1016/j.biopsych.2012.06.002